
Desde pequeña conviví con cámaras, álbumes y grabaciones caseras. En mi casa se fotografiaba lo cotidiano: tardes con mis hermanos, viajes por carretera, momentos sin importancia aparente que hoy se han vuelto tesoros. Jugaba con una cámara sin carrete, imaginando que era yo quien guardaba la memoria de otros. Creo que ahí empezó todo.
Con el tiempo descubrí que la fotografía tenía algo de magia: detener lo efímero, conservar lo que la memoria por sí sola no alcanza… Esa misma nostalgia que siento al ver imágenes de mi propia vida es la que intento transmitir hoy con mi trabajo.
Estudié fotografía en la Escuela de Arte de Murcia. Al principio me atrapó la fotografía documental de viajes, pero pronto conecté también con el retrato y la moda. Me costaba entender por qué me interesaban géneros tan distintos, hasta que un profesor me dijo algo que lo cambió todo:
“Tú fotografías personas. Buscas la esencia humana. Y hay muchas formas de hacer eso.”
Desde entonces entendí que no tenía que elegir un solo camino. Me interesan las personas, sus gestos, sus vínculos, lo que se siente en el aire. Y cada género me ha aportado herramientas distintas para capturarlo mejor.
Después de terminar mis estudios, me mudé a Nueva York. Antes de irme heredé una cámara analógica de mi familia, quería llevarla conmigo para documentar mi aventura desde una mirada más íntima y pausada, como quien quiere guardar los días para siempre. Allí seguí creciendo como fotógrafa, rodeada de estímulos nuevos.
Al volver a España, encontré en la fotografía de bodas una forma perfecta de unir todo lo que me mueve: contar historias reales, con una mirada cuidada.
Me gusta cazar momentos espontáneos, esos en los que nadie se da cuenta de que estoy ahí. Para mí, ahí está la verdad. Y aunque haya intención o mirada a cámara, siempre hay algo que se escapa, algo vivido que permanece.
Trabajo desde lo emocional, pero también desde lo estético. Busco que mis fotos no solo documenten, sino que guarden la belleza de lo que fue, y que con los años se vuelvan una memoria visual que emocione al volverla a mirar.
«Si estás aquí, tal vez también quieras que tu historia se conserve tal y como se sintió.»


Después de terminar mis estudios, me mudé a Nueva York. Antes de irme heredé una cámara analógica de mi familia, quería llevarla conmigo para documentar mi aventura desde una mirada más íntima y pausada, como quien quiere guardar los días para siempre. Allí seguí creciendo como fotógrafa, rodeada de estímulos nuevos.
Al volver a España, encontré en la fotografía de bodas una forma perfecta de unir todo lo que me mueve: contar historias reales, con una mirada cuidada.
Me gusta cazar momentos espontáneos, esos en los que nadie se da cuenta de que estoy ahí. Para mí, ahí está la verdad. Y aunque haya intención o mirada a cámara, siempre hay algo que se escapa, algo vivido que permanece.
Trabajo desde lo emocional, pero también desde lo estético. Busco que mis fotos no solo documenten, sino que guarden la belleza de lo que fue, y que con los años se vuelvan una memoria visual que emocione al volverla a mirar.